Hoy debería ser noche de estreno. Llevamos un tiempo preparando una obra de teatro cuya presentación debió ser aplazada por diversas razones hasta el sábado próximo. Algo dentro mío se alegra a pesar de la postergación. Porque hay días emblemáticos, veinticuatro horas que contienen lo invisible en su parte manifiesta. Hoy es uno de esos días...
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Por años cuando llegaba el mes de enero un grupo de más de 30 chicos y chicas adolescentes partíamos hacia Santiago del Estero para dedicar parte de nuestras vacaciones a trabajar con la gente que habitaba el monte de la provincia más pobre de toda la Argentina.
Nos preparábamos todo el año para esos días, desde lo espiritual hasta lo material, también en lo físico: tendríamos que recorrer largas distancias caminando con más de 40 grados de calor, en una región sumamente seca donde el agua es un bien escaso, conviviendo con todo tipo de insectos desconocidos -o conocidos pero temidos-, comiendo lo que supiéramos cocinar dentro de lo que llevábamos y cuidando la convivencia para que el tiempo que estuviéramos fueran realmente un buen momento.
El dia 1° de enero, en el tren de las 15.00 hs partíamos desde Retiro rumbo a Santiago del Estero. Cuando el tren llegaba a Rosario algunos fanáticos bajaban a la estación y besaban el suelo del lugar donde naciera Litto Nebbia, ceremonia pagana en la que todos entre risas festejábamos el talento de la ciudad que nos regala todo el tiempo tantos músicos amados y maravillosos Fito Páez, Juan Carlos Baglietto, Silvina Garré, Fandermole, Lalo de los Santos, Rubén Goldin, Adrián Abonizio, Fabían Gallardo, Coti Sorokin, etc.)
El viaje (largo y lento) continuaba hasta la Estación Fernández donde siempre se suponía que nos esperaba un transporte que luego no aparecía. Entonces aparecía algún camión enorme o alguna camioneta vieja que se apiadaba de "los porteños" y nos alcanzaba hasta Suncho Corral. En el pueblo descansábamos la primer noche antes de distribuírnos en dos grupos.
Los restantes 19 días dormiríamos en las escuelitas de la zona para recorrer el monte visitando los ranchos, conociendo a la gente, interiorizándonos con sus problemas, disfrazándonos el día 5 de Reyes Magos para alegrar a los niños, e intentando compartir con ellos unos días.
Los 20 de enero cuando regresábamos a Buenos Aires nos sucedían cosas insólitas, como que atardecía y no prendíamos la luz acostumbrados a no tener energía eléctrica, o que nos sumergíamos horas en la bañadera disfrutando del agua limpia y transparente (ellos se abastecen por lo general del agua de las pequeñas represas naturales que forma el terreno y que por tanto es de color tierra).
También solía ocurrirnos que nos saturaban los ruidos, el tránsito, las bocinas y las charlas estúpidas. Nos extrañábamos entre todos y no era difícil que nos empezáramos a llamar para juntarnos a cenar en algún sitio dos horas después de habernos separado.
Por lo general nuestras familias estaban de vacaciones y ese mismo día o al siguiente, a más tardar, cada uno se reunía con los suyos para aprovechar los días libres que le quedaban (a quienes les quedaban, los que eran mas grandes por lo general regresaban a sus trabajos). Yo solía viajar el 21 a Uruguay donde me esperaban mis padres y mis hermanos.
Hace 23 años atrás, en la noche de un 20 de enero, uno de mis compañeros me declaró su amor. Fué mi primer novio, mi esposo, el padre de mis tigrecitos, el hombre de mi vida y uno de mis mejores compañeros, amigos y amantes, hasta que hace un año y pico la vida -o nosotros mismos- decidimos que el resto del camino debíamos seguir cada uno por su lado.
Para ambos ninguna fecha era más importante que esta. Y si bien hoy no habrá festejo alguno (tampoco estreno), mi corazón atesora con muchísimo cariño ese 20 de enero en el que aquel muchacho se animó a proponerme que el resto del camino lo intentáramos juntos.
De todo aquello jamás en la vida podré arrepentirme.
Por eso y por cada día, momento, persona u objeto que lleven en sí mismos una parte de nuestras vidas, un pedacito de nosotros, un símbolo grande o pequeño de lo que somos y sentimos, de la arcilla con la que nos fuimos construyendo.
Por aquello que condense parte de nuestro pasado con todos aquellos que lo recorrieron, por todo signo que posea para cada uno el valor sacramental (en los términos de Leonardo Boff, que me perdone Ratzinger) de lo vivido, amado, sufrido, padecido, aprendido, y atesorado,
¡Salud!
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