¡Qué me maten!

Así sencillitas como las ve se llaman "sepias" y no son ningunas tontas. Cuando guiadas por el instinto de conservación suben el mediterráneo para reproducirse, los machos compiten en lucha feroz para conseguir una hembra. Una vez derrotado el enemigo, se convierten en un auténtico galán para seducirlas. No muy diferente a los machos que conocemos. Pero... hay más.

El cortejo pasa por caricias con sus tentáculos y cambios de color: el dorso se torna rayado y el vientre toma una tonalidad rosada. -No todos los machos que conocemos se toman tanto trabajo- Si a la hembra le convence tal exhibición, porque en todas las especies está el gataflorismo, ambos se sitúan cara a cara y se abrazan durante varios minutos gracias a sus tentáculos.

Es entonces cuando el macho fecunda a la hembra, introduciéndole su brazo copulador (similar al pene de los mamíferos) y libera el contenido de su cápsula seminal. La hembra de pura felicidad pone unos 500 huevos en forma de racimo y, con el trabajo hecho, ambos se van a continuar copulando con otros individuos.

Es decir: primero el deber y luego el placer. Porque ya que están todos juntos en una orgía mediterránea de continuación de la especie, ellos continúan ¡Continúan copulando! Si señores, la actividad sexual durante varias semanas, en forma continua, con todo tipo de volteretas y dibujos acuáticos.

Hasta que... fallecen por agotamiento. Cansadas y felices se dice que con una sonrisa en los labios. Muertas las sepias por agotamiento sexual sus compañeras de especie se dedican al canibalismo. Y se las comen para recuperar energías.

No hay caso.
El mundo no es perfecto y todo descontrol tiene su castigo.
Claro que uno puede siempre elegir de qué manera morir...