Se acerca el fin

Del año.
Y yo recién comienzo a darme cuenta. Me siento agobiada con muchas responsabilidades a cargo. Y los días se diluyen.
Pero claro, la ciudad me recuerda las fechas con árboles navideños, pesebres barriales, luces alusivas y un Papá Noel ("falso"- acota mi hijo menor) que reparte caramelos en el shopping al que fuimos a comer para explicarle que por primera vez en su vida no estaré con él en Navidad porque le toca al papá. Y viajarán a otro pais, entonces tampoco los veré al día siguiente.
Marcos entiende. O no entiende, pero no dice nada. Le prometo que nos vemos el 31. Y no dice nada.
Todos los días 8 de diciembre tradicionalmente hacemos el árbol, armamos nuestro propio pesebre y sacamos la Corona de Adviento, a la que le prenderemos en las cuatro semanas que le siguen una vela cada vez hasta sumar cuatro para la llegada de La Luz.
Este año la fecha nos encontró desprevenidos y ocupados. Todavía no hay árbol, ni decoración navideña en esta casa. Como si no avanzara el mes. Y no fuera diciembre. Como si Navidad no ocurriera en una semana exactamente.
O como si nos costara imaginar que el 24 no vamos a estar juntos los cuatro.
Pero prometo que, de todas formas, mañana como todos los años, armamos el árbol. Porque la Navidad está dentro. No afuera. Te lo prometo, hijito.