Costa Azul, otra vez Uruguay
Como ha nacido junto al mar, desde pequeña escucho decir a mi madre que cada año es necesario recargar en él la energía que la ciudad nos roba en cómodas cuotas. El agua perpetuando el movimiento ascendente y la ley de gravedad van limpiando nuestros cuerpos físicos, sutiles, etéreos, lo humano y lo divino, igualando a todos los seres que se introducen en su magnificencia.
Frente a sus costas somos partícipes de tanta grandeza al inhalar profundo su energía marina que todo lo puede. El agua salada revive cada uno de nuestros sentidos, al sumergirnos emerge una vida nueva dentro del que parece el mismo cuerpo, que no lo es.
Quienes así vivenciamos su diálogo perpetuo con la arena, sanamos dolores físicos y álmicos, desafiando las olas o acompañando su deslizar sereno de espaldas hacia el cielo, según el día que nos toque. No somos los únicos...
Los espíritus de la naturaleza se toman un recreo a sus orillas, juegan por igual con animales o personas, sin molestar a las silfides que ondulan el viento, ni distraerse con las ondinas surfeando las olas. Como si no las vieran. Compiten con ellas desde tiempos eternos.
Algunos seres, entre los que me encuentro, se entristecen un poco cuando se acercan los restos de las sirenas deshechas en espuma. Son los mismos que se distraen en la costa con los restos de peces muertos o los transparentes huevos vacíos que la pueblan.
Ya escribí hace un tiempo, en este mismo sitio, sobre la belleza de la costa uruguaya, que amo tanto por si misma como por su gente. En especial comenté que al este de Montevideo, sobre lo que se denomina la Costa de Oro, entre arenas blancas y aguas calmas encontrábamos sitios como Floresta, Bello Horizonte, y aquel lugar que elegí: el pequeño balneario COSTA AZUL .
Que encontré con mayor vida esta vez por la cantidad de turistas, muy especialmente en el fin de semana, muchos adolescentes caminando las calles. Llegan con sus motos de agua, enormes camionetas, cantidad de sombrillas, carpas, ruidosa alegría de día y de noche. Feria algunas tardes.
Costa Azul aún no sufre la invasión molesta de la tecnología pero en cambio está plagada de ruidosas motos que llenan el aire a toda hora y de mucho perro abandonado a su suerte. Uno de ellos intentó morderme una de las últimas mañanas, alterando un poco mis hábitos los últimos días. Es curioso ver que cada familia parece tener su perro, además de los muchos que andan sueltos.
Desde muy temprano veo personas que cruzan la calle hacia el mar, termo en mano. Una señora me saluda amablemente. En bata de cama y con un pañuelo tapando sus ruleros, sin pudor alguno, como quien se mueve en el patio de su casa. Se sienta en uno de los bancos que mira hacia la costa y desayuna su mate mirando el mar. El amanecer lento y brillante se regala tanto como el atardecer.
Entre los pescadores distingo uno que se repite cada mañana. Lo cruzo puntual cuando salgo a caminar, cerca de las siete. En mi regreso me detengo a charlar con él. Su bolsa plástica ya contiene uno o dos pescados medianos boqueando, que dice preparar como filetes a la hora de comer. Quisiera recordar los nombres, y excepto el relato del día que pescó una raya "así de grande", no recuerdo mucho mas. Le pregunto si su mujer no está harta de comer pescado todos los días y se rie largo, con toda la boca abierta... me gusta la gente...
La costa se dispersa de un balneario hacia otro, la bahía termina en unaa enorme punta rocosa que luego se prolonga en una linea extensa. La concurrencia huye del mediodía que es cuando me gusta salir a beberme el paisaje para mi solita, y detenerme en cada piedra, huella, despojo, sin miradas ajenas que me apuren por nada.
Hay una soledad muy conversada en esas horas de sol a pleno. Yo juego con los pájaros a correrlos, chillarlos copiando su grito, fotografiarlos hasta el hartazgo, y hasta me doy el lujo de seducir a una golondrina tijereta que ante mis halagos, me acompañó unos 200 mts. (que obviamente no es la gaviota que aparece en la foto que sigue)
Mi golondrina Tijereta fue un milagro para mi. No saqué mi cámara para que ninguno de mis movimientos la asustara, yo seguí caminando lenta sin dejar de hablarle sobre lo bonita que era. Ella aleteaba delante mío unos minutos y cuando mis pasos la superaban avanzaba otra vez un metro por delante, manteniéndose con las alas en un mismo sitio. Le conté de mis golondrinas y le hablé durante esas dos cuadras repitiéndole una y otra vez lo hermosa y única que era su oscura coleta... hasta que la espantó un perro.
La punta rocosa que divide los balnearios de Costa Azul y Bello Horizonte, hacia el este, es conocida por la cantidad de mejillones. Por eso es común ver en la tarde muchos pescadores deseosos de corvinas, que según me dicen, vienen atraídas por el mejillón. Corvinas no vi ninguna. Lo demás abunda.
Las dunas y la vegetación separan las casas de la fuerza marina sin quitarle su poder. Hay comunión en este paisaje en cualquier hora que se lo pise.
Esta mañana, mientras desayunaba en mi pequeño balcón ciudadano, cerré los ojos y me trasladé en apenas segundos a la sensación de plenitud que tenía cada vez que metía mis pies en el agua fría del Mar Atlántico. Con gratitud.
Frente a sus costas somos partícipes de tanta grandeza al inhalar profundo su energía marina que todo lo puede. El agua salada revive cada uno de nuestros sentidos, al sumergirnos emerge una vida nueva dentro del que parece el mismo cuerpo, que no lo es.
Quienes así vivenciamos su diálogo perpetuo con la arena, sanamos dolores físicos y álmicos, desafiando las olas o acompañando su deslizar sereno de espaldas hacia el cielo, según el día que nos toque. No somos los únicos...
Los espíritus de la naturaleza se toman un recreo a sus orillas, juegan por igual con animales o personas, sin molestar a las silfides que ondulan el viento, ni distraerse con las ondinas surfeando las olas. Como si no las vieran. Compiten con ellas desde tiempos eternos.
Algunos seres, entre los que me encuentro, se entristecen un poco cuando se acercan los restos de las sirenas deshechas en espuma. Son los mismos que se distraen en la costa con los restos de peces muertos o los transparentes huevos vacíos que la pueblan.
Ya escribí hace un tiempo, en este mismo sitio, sobre la belleza de la costa uruguaya, que amo tanto por si misma como por su gente. En especial comenté que al este de Montevideo, sobre lo que se denomina la Costa de Oro, entre arenas blancas y aguas calmas encontrábamos sitios como Floresta, Bello Horizonte, y aquel lugar que elegí: el pequeño balneario COSTA AZUL .
Que encontré con mayor vida esta vez por la cantidad de turistas, muy especialmente en el fin de semana, muchos adolescentes caminando las calles. Llegan con sus motos de agua, enormes camionetas, cantidad de sombrillas, carpas, ruidosa alegría de día y de noche. Feria algunas tardes.
Costa Azul aún no sufre la invasión molesta de la tecnología pero en cambio está plagada de ruidosas motos que llenan el aire a toda hora y de mucho perro abandonado a su suerte. Uno de ellos intentó morderme una de las últimas mañanas, alterando un poco mis hábitos los últimos días. Es curioso ver que cada familia parece tener su perro, además de los muchos que andan sueltos.
Desde muy temprano veo personas que cruzan la calle hacia el mar, termo en mano. Una señora me saluda amablemente. En bata de cama y con un pañuelo tapando sus ruleros, sin pudor alguno, como quien se mueve en el patio de su casa. Se sienta en uno de los bancos que mira hacia la costa y desayuna su mate mirando el mar. El amanecer lento y brillante se regala tanto como el atardecer.
Entre los pescadores distingo uno que se repite cada mañana. Lo cruzo puntual cuando salgo a caminar, cerca de las siete. En mi regreso me detengo a charlar con él. Su bolsa plástica ya contiene uno o dos pescados medianos boqueando, que dice preparar como filetes a la hora de comer. Quisiera recordar los nombres, y excepto el relato del día que pescó una raya "así de grande", no recuerdo mucho mas. Le pregunto si su mujer no está harta de comer pescado todos los días y se rie largo, con toda la boca abierta... me gusta la gente...
La costa se dispersa de un balneario hacia otro, la bahía termina en unaa enorme punta rocosa que luego se prolonga en una linea extensa. La concurrencia huye del mediodía que es cuando me gusta salir a beberme el paisaje para mi solita, y detenerme en cada piedra, huella, despojo, sin miradas ajenas que me apuren por nada.
Hay una soledad muy conversada en esas horas de sol a pleno. Yo juego con los pájaros a correrlos, chillarlos copiando su grito, fotografiarlos hasta el hartazgo, y hasta me doy el lujo de seducir a una golondrina tijereta que ante mis halagos, me acompañó unos 200 mts. (que obviamente no es la gaviota que aparece en la foto que sigue)
Mi golondrina Tijereta fue un milagro para mi. No saqué mi cámara para que ninguno de mis movimientos la asustara, yo seguí caminando lenta sin dejar de hablarle sobre lo bonita que era. Ella aleteaba delante mío unos minutos y cuando mis pasos la superaban avanzaba otra vez un metro por delante, manteniéndose con las alas en un mismo sitio. Le conté de mis golondrinas y le hablé durante esas dos cuadras repitiéndole una y otra vez lo hermosa y única que era su oscura coleta... hasta que la espantó un perro.
La punta rocosa que divide los balnearios de Costa Azul y Bello Horizonte, hacia el este, es conocida por la cantidad de mejillones. Por eso es común ver en la tarde muchos pescadores deseosos de corvinas, que según me dicen, vienen atraídas por el mejillón. Corvinas no vi ninguna. Lo demás abunda.
Las dunas y la vegetación separan las casas de la fuerza marina sin quitarle su poder. Hay comunión en este paisaje en cualquier hora que se lo pise.
Esta mañana, mientras desayunaba en mi pequeño balcón ciudadano, cerré los ojos y me trasladé en apenas segundos a la sensación de plenitud que tenía cada vez que metía mis pies en el agua fría del Mar Atlántico. Con gratitud.
Etiquetas: balneario, Costa Azul, mar, naturaleza, Uruguay, vacaciones
3 Comments:
Me parece un paraiso.
Sueño con tener una huerta, con arboles frutales, flores, etc. de 1 ha. en algun lugar asi (no se si conoces el sistema de siembra de permacultura).
Me encanta que hayas pasado lindo. Yo aqui con mi regimen que si bien va muy bien (frutas/verduras/no sal/no azucar/no pan/no gaseosas), tengo que luchar para llevar adelante mi estado animico.
El mar de por si, caminar descalzo en la arena, el aire puro, me enloquece pescar, aunque sea lo que se saca en la costa, que ademas es comida rica y saludable, (es verdad donde hay mejillones hay buena pesca, ese es un lugar privilegiado) todo muy lindo.
Que disfrutes de estas hermosas vacaciones. Tu crónica, como siempre, excelente. Abrazos.
Que lindo lugar, transmite paz, debe ser precioso andar descalzo por esas arenas a orilla de tan bella naturaleza.
Un abrazo Abril.
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