Volver en Domingo

Los domingos tienen ese... no se qué...
A mí sí me gustan los domingos.
Están quienes los odian, quienes se entristecen, quienes los pasan sin pena ni gloria, quienes los pasan como sin pasar pasando...
A mi siempre me gustaron.
Me permito dormir hasta que me despierte sola, tomo mi desayuno con tostadas en la cama, leo el diario (los diarios, recibo dos a falta de uno) con el solcito entrando por la ventana, protesto contra el de los horóscopos de la revista La Nación que siempre nos pronostica pestes a los de Aries y un mar de delicias a Piscis (muy injusto, algún día le dedicaré un post), escucho la radio, veo pasar la vida por la ventana desde mi cama rodeada de todos estos tesoros...
Tal vez más si están mis cachorros...
Este domingo no sé qué fue lo que convirtió el Domingo Soñado en un lunes gris y opaco.
Llevaba cuarenta minutos mirando al techo en mi cama.
Mi cabeza "chucu-chucu", pensando a toda máquina en una continuidad que imagino habrá sido desde algún sueño hasta la realidad, imposible reconstruirla.
En todo, por todo, hacia todos los sitios del planeta, sin detenerse mi cabecita recorría los espacios habitados desde el pasado, atravesando los presentes mas futuros que se aparecieran, analizando, resolviendo, dudando, escuchando...
Escuchando... que sonaba el teléfono (últimamente el teléfono me angustia, es uno de mis mayores ladrones de tiempo... anque dinero...). Quienes quiero que lo hagan no llaman y quienes llaman es porque hay algo que resolver, ultimar, decidir, en fin...
Pero era Cari. No había nada que resolver, posiblemente declinar un almuerzo que no se atrevió a proponer cuando le conté todo lo que me quedaba por hacer sin haberme levantado. Charlamos mucho.
Ella me ayudó en parte a resolver mis inquietudes matinales, o al menos a verlas desde otro lugar.
Mas tremendista y "sin sutilezas" María emprendió con lo poco que quedaba de mi acabada mañana. Creo que mas de aburrida que de preocupada. Para mi fue suficiente.
El aroma del pomelo dulce mitigó en algo la contractura de mi hombro izquierdo, inevitable a esa altura. Mi desayuno retrasado avanzaba molesto mientras entendía que el diario del domingo quedaría sin leer hasta la noche.
Fue un domingo de sol a pleno en Baires, bastante veraniego, de veleros blancos poblando el río y gente en las calles. Yo casi no salí, tenía que terminar unos escritos. Y mis plantas necesitaban cuidados urgentes. Mis pendings eran miles.
A la noche dos regresos lograron lo que el sol por la ventana no pudo. Uno me lo guardo en el corazón por su rescate oportuno en un domingo bastante triste y físicamente desolado.
El otro fue el de Solcito, un solcito perdurable de invierno, primavera, otoño y verano, que finalmente llegó desde Barcelona.
Se que no se quedarán.
Ni yo lo pido.
Pero ambos volvieron en Domingo.
Oportunamente.