Volví

Finalmente me quedé hasta el domingo, es decir dos días más de lo previsto. La experiencia fue mucho más profunda y renovadora de lo que yo misma esperaba, valía la pena extenderla al máximo. Regresé justito para estar el lunes en Ezeiza esperando a mis chicos.

La noche de mi regreso, al entrar en la casa, descubro que la luz estaba cortada. En el minuto de la sorpresa lógica y el repaso mental rápido del pago en término de la factura de electricidad siento en la oscuridad, a mi izquierda, el goteo rítmico que sustentaba el olor a humedad que desprendía el aire.

Encontrar velas en mi casa es simple, basta con extender la mano en cualquier dirección. Los fósforos están repartidos por todos los sitios. Unas y otros me indicaron que el techo del hall de entrada había cedido por un caño que aprovechó mi ausencia para llorarme.

Doble descubrimiento. El techo de mi casa no marca un límite real, por encima de él corren unos caños y existe otro techo. El techo que yo me había construido en los últimos tiempos tampoco existe y es un condicionamiento falso que disfraza el miedo a avanzar.

Me sonreí por la coincidencia, apagué las velas y me fui a dormir. Siempre hay tiempo para ocuparse de esos problemas. Y aquí estoy, en estos cuatro días, viviendo un romance conmigo misma y haciendo cambios extructurales.

¿En la casa?
No, adentro.
Muy adentro.