Bello Abril

Nos pasan tantas cosas en la vida, que si aparece el sol hay que dejarlo pasar... Abril, otra vez, para que no tengamos soledad. Y las violetas que coronan tu tristeza y las guirnaldas de tu inmensa soledad sos tan hermosa que jamás vas a dejar de brillar así aquí o allá... Sos parecida a los planetas que se mueven por ahí que no podés parar ya nunca de girar... Para que no tengamos soledad... para que no tengamos nunca más soledad... Fito Paez.

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Nombre: Abril Lech
Ubicación: Buenos Aires, Argentina

lunes, marzo 21, 2005

Mujeres

..."Y mientras estaba escribiendo esta reseña, descubrí que, si quería dedicarme a la crítica de libros, tendría que librar una batalla con cierto fantasma. Y ese fantasma era una mujer, y, cuando conocí mejor a esta mujer, le di el nombre de la protagonista de una famosa poesía. "El Ángel de la Casa".
Ella era quien solía obstaculizar mi trabajo, metiéndose entre el papel y yo, cuando escribía reseñas de libros.
Ella era quien me estorbaba, quien me hacía perder el tiempo, quien de tal manera me atormentaba que al fin la maté... La describiré con la mayor brevedad posible.
Era intensamente comprensiva.

Era intensamente encantadora.
Carecía totalmente de egoísmo.

Destacada en las difíciles artes de la vida familiar.
Se sacrificaba a diario. Si había pollo para comer, se quedaba con el muslo; si había una corriente de aire, se sentaba en medio de ella; en resumen, estaba constituida de tal manera que jamás tenía una opinión o un deseo propio, sino que prefería siempre adherirse a la opinión y al deseo de los demás.
Huelga decir que sobre todo era pura. Se estimaba que su pureza constituía su principal belleza. Su mayor gracia eran sus rubores. En aquellos tiempos, los últimos de la reina Victoria, cada casa tenía su Angel.
Y, cuando comencé a escribir, me tropecé con él, ya en las primeras palabras. Proyectó sobre la página la sombra de sus alas, oí el susurro de sus faldas en el cuarto.

Es decir, en el mismo instante en que tomé la pluma en la mano para reseñar la novela escrita por un hombre famoso, el Ángel se deslizó situándose a mi espalda, y murmuró:
"Querida, eres una muchacha, escribes acerca de un libro escrito por un hombre. Sé comprensiva, sé tierna, halaga, engaña, emplea todas las artes y astucias de nuestro sexo. Jamás permitas que alguien sospeche que tienes ideas propias. Y, sobre todo, sé pura".
Y el Ángel intentó guiar mi pluma.
Me volví hacia el Ángel y le eché las manos al cuello. Hice cuanto pude para matarlo. Mi excusa, en el caso de que me llevaran ante los tribunales de justicia, sería la legítima defensa. Si no lo hubiera matado, él me hubiera matado a mí. Hubiera arrancado el corazón de mis escritos.

Sí, por cuanto, en el mismo momento en que puse la pluma sobre el papel, descubrí que ni siquiera la crítica de una novela se puede hacer, sin tener opiniones propias, sin expresar lo que se cree de verdad, acerca de las relaciones humanas, de la moral y del sexo.
Y, según el Ángel de la Casa, las mujeres no pueden tratar libre y abiertamente esas cuestiones. Deben servirse del encanto, de la conciliación, deben, dicho sea lisa y llanamente, decir mentiras si quieren tener éxito.
En consecuencia, siempre que me daba cuenta de la sombra de sus alas o de la luz de su aureola sobre el papel, cogía el tintero y lo arrojaba contra el Ángel de la Casa. Tardó en morir.
Su naturaleza ficticia lo ayudó en gran manera. Es mucho más difícil matar a un fantasma que matar una realidad.
Siempre regresaba furtivamente, cuando yo imaginaba que ya lo había liquidado. Pese a que me envanezco de que por fin lo maté, debo decir que la lucha fue ardua, duró mucho tiempo, tiempo que yo hubiera podido dedicar a aprender gramática griega, o a vagar por el mundo en busca de aventuras.
Pero fue una verdadera experiencia, una experiencia que tuvieron que vivir todas las escritoras de aquellos tiempos.
Entonces (y ahora), dar muerte al Ángel de la Casa formaba parte del trabajo de las escritoras"


Este texto pertenece a Virginia Wolf quien lo escribe en "El Angel de la Casa" y ha llegado a mis manos a través de mi hermana del alma, Laura Garcia Elorrio, quien agrega a la última frase:

"Dar muerte al Angel de la Casa forma parte no sólo de las escritoras, sino también de las empleadas, de las actrices, de las abogadas, de las enfermeras, de las publicistas, de las traductoras, de las doctoras, de las mozas, de las jardineras, de las investigadoras, de las planchadoras, enceradoras, lavadoras de vajilla y ropa, barredoras de patios...).
Con cariño, Lau

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