Piedra del Alma
Al subir al coche, vimos que se acercaba un cortejo. Traían un féretro. Alguien había muerto, y aquélla era una misa de cuerpo presente. Al llegar el cortejo a la puerta de la iglesia, los músicos interrumpieron las canciones flamencas y empezaron a tocar un réquiem.
— Que Dios tenga piedad de esa alma —dijo la mujer, haciendo la señal de la cruz.
— Que tenga piedad —dije, repitiendo el gesto de la mujer—. Pero entrar en aquella iglesia fue una señal. De que la tristeza está siempre esperando al final de la historia.
La mujer me miró y no dijo nada. Entonces salió, y volvió en seguida con varias hojas de papel y una lapicera.
— Vamos afuera —dijo. Salimos juntas. Estaba amaneciendo.
— Respire hondo —pidió—. Deje que esta nueva mañana entre en sus pulmones y corra por sus venas. Por lo visto, no es casual que la señora se perdiera ayer.-
Yo no dije nada.
— La señora tampoco entendió la historia que me acaba de contar, sobre la señal de la iglesia —prosiguió—. Sólo vio la tristeza del fin. Olvidó los momentos alegres que pasó allí dentro. Olvidó la sensación de que los cielos habían descendido, y de lo bueno que era estar viviendo aquello en compañía de su…
Se interrumpió, sonriendo.— … amigo de la infancia —agregó, guiñando el ojo— Jesús dijo: «Dejad que los muertos entierren a los muertos». Porque él sabe que la muerte no existe. La vida ya existía antes de que naciéramos, y seguirá existiendo después de que dejemos este mundo.- dijo ella. Se me llenaron de lágrimas los ojos.
— Lo mismo ocurre con el amor —continuó—. Ya existía antes, y seguirá existiendo para siempre.
— Parece que conoce usted mi vida —dije.
— Todas las historias de amor tienen mucho en común. Yo también pasé por esto en algún momento de mi vida. Pero no me acuerdo. Sé que el amor volvió, bajo la forma de un nuevo hombre, de nuevas esperanzas de nuevos sueños.
Me ofreció las hojas de papel y la lapicera.
— Escriba todo lo que está sintiendo. Saque las cosas del alma, póngalas en el papel y después tírelo. Dice la leyenda que el río Piedra es tan frío que todo lo que cae en él, hojas, insectos, plumas de ave, se transforma en piedra. ¿Acaso no sería buena idea que dejase sus sufrimientos en esas aguas?
Tomé los papeles, ella me dio un beso y me dijo que podía volver para el almuerzo, si quería. — No se olvide de una cosa —gritó, cuando me iba—. El amor permanece. ¡Son los hombres los que cambian!
Me reí, y ella me volvió a saludar con la mano. Estuve mirando el río durante mucho tiempo. Lloré hasta sentir que no me quedaban más lágrimas. Entonces empecé a escribir...
A orillas del Río Piedra me senté y lloré
Paulo Coelho
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